Dicen
las redes sociales que hoy es el día de la Justicia Gratuita y del turno de
oficio, aunque no sé por qué hoy y no otro día. De todos modos, al hilo de esto
y del calor asfixiante que sugiere temas más ligeros para el blog, va la siguiente
historia que me ocurrió con un asunto de oficio y que, por tanto, es verídica.
Debo
aclarar que cuando me colegié, allá por 1990, me di de alta en el turno de
oficio y las guardias, como era habitual en cualquier recién ingresado en el
Colegio de Abogados. Poco me duraron las guardias, porque en la segunda me di
cuenta de que aquello no era lo mío y que el Derecho Penal no estaba hecho a mi
medida. De modo que decidí dejar la parte más “lucrativa” del turno de oficio y
limitarme a los temas civiles, laborales y administrativos, que eran muchos
menos, prácticamente uno o dos al año. Ni que decir tiene que la decisión de
mantenerme en el turno fue exclusivamente poner mi granito de arena en el
servicio a la comunidad, pues el dinero, ya escaso de por sí para los temas de
justicia gratuita, era puramente simbólico con una o dos asignaciones al año.
Un
día me llegó un tema laboral. Cité al cliente en el despacho, quien me indicó
que el objeto de su litigio era reclamar una indemnización por despido. Le
solicité la carta de despido, pero no tenía. Le pedí el contrato de trabajo y
alguna nómina para al menos acreditar la relación laboral, pero … tampoco
tenía.
Con
estas dificultades, le indiqué que necesitaba acreditar que había estado
trabajando, quizá con testigos que le hubieran visto en el puesto de trabajo,
compañeros o clientes. Me dijo que no, que nadie estaba dispuesto a testificar,
pero … se le ocurrió una idea. A partir de aquí trataré de transcribir
aproximadamente la conversación:
-
Verá, estoy pensando ¿sería una prueba un
vídeo?
-
¿Un vídeo de vd trabajando? Sí, pero ¿cómo
tiene vd un vídeo en el que aparezca trabajando? (Aclaro que esto ocurrió no
recuerdo cuándo pero sí que no existían móviles con cámara y que las cámaras de
vídeo pesaban como un ladrillo y costaban un precio desorbitado).
-
Pues claro. Es que yo trabajo, trabajaba mejor
dicho, en la tele.
-
¿En la tele?
-
Sí, en una cadena local. En un programa
que se llama “A galeras”. ¿Sabe vd lo
que es una galera?
-
Sí, el barco romano, ¿no?
-
Eso es. Pues el programa consiste en que
se trata un tema de interés para el pueblo –por ejemplo, la luz de las calles o
los veladores del bar tal-, se expone y la gente opina. Y al final, si el
resultado es positivo se salva y si es negativo, se le manda a galeras con el
gesto que hacían los emperadores romanos para decidir la muerte de los
gladiadores.
-
No acabo de ver la relación…
-
Pues está muy claro. El que sale al final del programa vestido de romano y pone la mano para
abajo diciendo “a galeras!” … soy yo.
Y “m’han echao”…
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