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lunes, 5 de abril de 2021

¿QUIÉN FUE MANUEL SÁNCHEZ SILVA?

 

¿QUIÉN FUE MANUEL SANCHEZ SILVA?  A propósito de Parlamento y política en la Sevilla del siglo XIX. Manuel Sánchez Silva frente al proteccionismo catalán y los fueros vascos, de Diego Caro Cancela[1].

 

Como saben mis lectores habituales, soy un apasionado lector y tengo, al mismo tiempo, una gran curiosidad intelectual, especialmente en los temas jurídicos e históricos. Fruto de mis lecturas encontré una reseña de este libro escrita por un profesor de la Universidad del País Vasco, Eduardo J. Alonso Olea[2], en la que manifestaba que en la historiografía vasca sobre el fenómeno “fuerista” existe una sombra consistente en “ver de cerca al «otro», es decir, al insistente diputado y luego senador andaluz, verdadero «martillo» de los Fueros”. Esto me llamó la atención, sobre todo porque, tras preguntarse por los motivos e intereses perseguidos por Sánchez Silva en el asunto foral, concluye que “quizás no fue más que coherente con su ideal de igualdad de todos los españoles”. Eso sí, matizando que “seguimos sin saber –porque no hay rastros- el motivo concreto por el que el diputado utrerano sostuvo durante décadas su insistente discurso antiforal”.




Esta interpretación de que la coherencia con el ideal liberal de igualdad no era creíble y la convicción que se desprende de sus palabras de que había algún motivo concreto (oculto) que llevó a Sánchez Silva a defender la igualdad de todos los españoles, me pareció injusta. Quizá por deformación profesional tiendo a pensar que cuando no se aprecia algo es, sencillamente, porque ese algo no existe. Y, lógicamente, la injusticia del juicio de valor llevado a cabo por el autor de la reseña me llevó a la lectura completa de la obra reseñada, publicada en 2016 por el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz, D. Diego Caro Cancela.


El libro, amplísimamente documentado, es una biografía del diputado y senador Manuel Sánchez Silva, considerado como el parlamentario andaluz más importante del siglo XIX, al haber desempeñado todos los cargos del “cursus honorum” (concejal y alcalde de Jerez de la Frontera, Diputado de las Cortes y Senador) a lo largo de más de cuarenta años (desde 1840 hasta su fallecimiento, como Senador vitalicio, en 1881).


La amplia documentación manejada por el autor hace un recorrido por la convulsa sucesión durante el siglo XIX de elecciones, pronunciamientos militares y caídas de los gobiernos correspondientes con las consiguientes convocatorias electorales.


En este contexto, de gobiernos frágiles, Sánchez Silva lleva a cabo el “primer asalto” –como lo define el autor, pág. 104- a finales de marzo de 1849 cuando el gobierno pretende del Congreso que se ejecute una aportación extraordinaria para pagar un empréstito al Estado mediante las contribuciones territorial e industrial y que debía cubrirse entre todas las provincias españolas a excepción de las tres vascas. La intervención del diputado Sánchez Silva, según recoge la obra objeto de comentario, quería “llamar la atención del Gobierno y del Congreso para saber si algún día ha de ser verdad que todos los españoles contribuirán en proporción a sus haberes a las cargas del Estado, para saber si algún día se ha de concluir esa odiosa excepción”.


La sucesión de intervenciones de otros diputados y las contestaciones de Sánchez Silva se recogen en el libro detalladamente y son, realmente, magistrales, como cuando replica que “la ley es lo que votan las Cortes y sanciona la Corona. Este es el hecho; lo demás, es cohecho”. O la referencia del diputado fuerista Egaña a que las provincias vascas sí contribuían pero de distinto modo, entre otras cosas porque “sus instituciones forales empleaban mejor los recursos económicos que conseguían porque sus territorios tenían mejores caminos, sus niños expósitos no morían abandonados, prosperaban los asilos de beneficencia y la instrucción primaria estaba generalizada”. Aún más bronco se vuelve el discurso de Sánchez Silva cuando se refiere a “una contribución tan pesada como la de sangre”, es decir, el contingente de personas que eran incorporadas a la milicia de manera obligatoria y que le lleva a decir “¿Qué derecho tienen los vascongados para vivir, mientras se dispone de los castellanos como se quiere, llevándoles como víctimas al sacrificio?”.


Recomiendo vivamente la lectura de la obra porque las intervenciones de Sánchez Silva y los rifirrafes parlamentarios no tienen desperdicio, provocando además situaciones muy similares a las que vivimos en la actualidad, haciendo verdad esa frase tan repetida de que la Historia se repite.


En tal sentido, la intervención del senador guipuzcoano Barroeta recogida en la pág. 222 no tiene desperdicio: “el sr. Sanchez Silva habla la lengua castellana con notable elegancia y facilidad, que realza con sus gracias andaluzas que entretienen y captan la atención del Senado. Por el contrario, yo soy un tosco vascongado que aunque he aprendido algunos diomas, fácilmente dejo conocer en mi producción los resabios del Euscara, el primer que hablé, el último que olvidaré, el lenguaje más perfecto que conocí. Soy vascongado, señores, y no es de extrañar que defienda mi raza”.


Un último extremo a destacar del libro, también por lo actual, es la utilización en contra de Sánchez Silva de los medios de comunicación. Con motivo de la Restauración y tras su incorporación al Senado, se volvió a plantear la cuestión y la respuesta “fuerista”, liderada “por las diputaciones forales vascas, siendo conscientes de que esta vez el combate también había que darlo abiertamente ante la opinión pública, no sólo lanzaron a sus portavoces a defender sus argumentos mediante escritos enviados a la prensa, sino que en los primeros días de mayo pusieron en las calles de Madrid su propio periódico, La Paz, financiado por las instituciones forales, que se publicaría todas las tardes, menos los días festivos. Un diario que contó con la colaboración y entre sus redactores a los principales intelectuales vascos de la época y que desde su primer número convirtió a Manuel Sanchez Silva en el centro de sus críticas, al presentarlo como el paradigma negativo de todos los personajes –políticos, escritores o periodistas- que en aquellas semanas desde las tribunas de las cortes o desde las páginas de la prensa o los libros reclamaban la inmediata supresión de los fueros  (pág. 271-272).


Mención especial merecen las últimas páginas de la obra, bajo el título “A modo de conclusión” (págs. 291 y ss), pues resumen la vida y obra de Manuel Sánchez Silva:


1.- El carácter decidido y coherente: “nunca rehuyó la discusión en las Cortes, ya fuera en los debates estrictamente económicos y hacendísticos, como en los de más calado político”;


2.- Y ello a pesar de su permanente derrota en cuanto a sus planteamientos: “unas veces porque los gobiernos que formaban sus compañeros políticos –los progresistas-, valorando el coste electoral que podían tener sus demandas, decidieron no asumirlas y en otras porque haciéndolas como diputado o senador de la oposición, sus adversarios moderados que tenían el poder tampoco las aceptaron”;


3.- La perduración en el tiempo de la animadversión hacia él de los políticos vascos, que incluso en momentos tan cercanos como 2006 le siguen calificando como “odioso enemigo del país vasco”.


Tras leer la obra completa y sus propias palabras, no nos queda más que coincidir con el autor que Manuel Sánchez silva se limitó a ser “un liberal español consecuente que creía que todos los ciudadanos del mismo Estado debían estar amparados por la misma Constitución y con los mismos derechos y deberes”.


Insisto y termino: obra muy recomendable para entender la España actual.




[1] Editado por la Diputación de Sevilla, 2016.

[2] Publicada en Historia Constitucional, nº 19, 2018, págs. 749-751.


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