¿Quién
no ha oído hablar de los youtubers? Son esos eternos chavales con cara de niño que se
dedican a grabar vídeos, ganar una pasta gansa con ellos y marcharse a vivir a
Andorra para pagar menos impuestos.
La
verdad es que a mí me caen bien. Son fruto de su época y de la educación que
han recibido. Por eso, no tienen apego al territorio y, desde luego, no se
amilanan ante la posibilidad de fijar su residencia en el extranjero. Si a eso
unimos que sus ingresos tampoco son “territoriales” sino que les llegan a
través de internet, poco podremos hacer para retenerles, lo cual es muy triste.
Si este país no ha tenido empacho alguno en permitir un régimen tributario
especial para quienes perciben altos –altísimos, más bien- ingresos procedentes
del deporte (con la excusa de tener así la mejor Liga de Fútbol del mundo), no
entiendo por qué no se puede hacer lo mismo con quienes en vez de pegarle
pataditas al balón, son innovadores no sólo en cuanto al modelo de negocio,
sino especialmente a los medios informáticos utilizados al respecto.
Pero
ese no es el objeto de este comentario.
La
actividad que desarrollan no es fácil –aunque muchos piensen que hacer un vídeo
no requiere especiales habilidades. Tienen que tener ideas que atraigan al
público, desarrollarlas a través de un guión, grabar el vídeo y conseguir
enganchar a sus seguidores. Tiene su técnica.
Sigo
a uno de ellos, que me cae especialmente bien porque la temática de su canal es
ganar dinero en internet, aunque lo hace de manera sensata. Siempre empieza
diciendo que la mejor forma de ganar dinero es buscarse un trabajo en el mundo “real”,
que sea productivo y que a cambio de él perciba su sueldo. Ahora bien, como
complemento e insistiendo una y otra vez en que puede salir bien o no, expone
las diversas formas que en otros vídeos que circulan por Youtube se muestran
como altamente rentables.
Hace
unos días, en uno de sus vídeos le escuché decir algo que no había pensado. Y
es que su “negocio” decaería si dejara de grabar nuevos vídeos. De hecho, acabo
de comprobarlo y tiene un ritmo “bestial”: los vídeos en su canal ahora mismo
son de hace un día, cuatro días, seis días, siete días, once días y trece días.
Es decir, seis vídeos en dos semanas aproximadamente. Eso quiere decir que,
probablemente, si pasara una semana sin subir un vídeo, sus “suscriptores”
podrían dejar de serlo y sus ingresos podrían desaparecer.
Esa
dependencia de su audiencia es total. Y eso significa que un paso en falso es
fatal para ellos. O, lo que es lo mismo, que su libertad de expresión
prácticamente no existe. Si opinan sobre un tema que pueda ser entendido como “conflictivo”
se arriesgan a perder su trabajo. La autocensura a la que están sometidos es
absoluta.
Y
tú, querido lector que has llegado hasta aquí, te preguntarás por qué cuento
este rollo. La respuesta es simple: porque lo he experimentado en mis propias
carnes.
Como
sabéis, tengo un canal de Youtube donde publico diversos tipos de vídeos: desde
trozos de películas que utilizo en mis clases de Derecho, hasta música que me
gusta, pasando por las presentaciones que les facilito a mis alumnos o incluso
anuncios utilizados en un Máster sobre derecho de la publicidad. Además, de vez
en cuando me permito algún “divertimento”.
Así
lo hice recientemente con motivo de Halloween. El vídeo, que cuelgo al final
del texto, es una sucesión rápida de fotos y dibujos de “terror” pero incluye
algún matiz, alguna referencia crítica a los miedos que afrontamos en la
actualidad, sobre todo el final. ¿Y sabéis qué? Youtube nos facilita información de todo tipo
(tiempo de visualización, hora a la que lo ve más gente, edad de quienes lo
ven), incluyendo los nuevos suscriptores del canal y también quienes dejan de
serlo.
Pues
sí, has acertado: ha habido alguien que, siendo suscriptor del canal, ha dejado
de serlo al ver este vídeo. Desconozco quién y si lo ha hecho en un momento del
vídeo o en otro (lo que me podría haber identificado el motivo de su enfado),
pero en todo caso sí tengo la información de que alguien, al ver este vídeo en
concreto, ha dejado de seguir mi canal.
Afortunadamente,
y dado el tipo de canal que es y su finalidad, me resulta indiferente que
alguien pueda estar más o menos de acuerdo con un vídeo que –artesanalmente- he
elaborado (con mis “manitas”), pero pensad en los youtubers, en quienes viven
de la continuidad de sus vídeos y que pueden ver perdidos todos sus esfuerzos
por un simple error de opinión.
Verdaderamente,
lamentable.
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