Hace unos
días, haciendo zapping mientras
cenaba, nos encontramos en la televisión una de las películas de la saga
Torrente que, con independencia del buen gusto y del tipo de humor que utiliza,
es algo que se puede ver entre la maraña de programas-basura que se acumulan en
nuestras cadenas televisivas, por lo que seguí viéndola durante un rato.
En un
momento determinado, apareció una discoteca donde tuvieron lugar algunas
escenas y recordé una sentencia que me había hecho llegar un amigo, Alvaro
Gimeno, cuyos trabajos hemos glosado en alguna ocasión en este blog, en
concreto sobre el testamento ante capellán (que podéis ver AQUÍ) y sobre derechos
de la personalidad e internet (que podéis ver AQUÍ).