Hace
unos días leí en Twitter una conversación sobre la titularidad de los bienes en
el matrimonio que me hizo recordar a un antiguo cliente. Sobre todo, porque
estamos en el mes de septiembre que es, tradicionalmente, la época del año en
que se plantean más litigios matrimoniales, especialmente divorcios y
separaciones.
Es
obvio que la convivencia durante las vacaciones hace saltar las costuras cuando
no están suficientemente cosidas y lo que, a duras penas, se mantiene durante
el rutinario año laboral, con poco tiempo para convivir, estalla cuando se
comparten tiempo y espacio. Como recomendamos en nuestro canal de Youtube, en
esos casos, es esencial el buen asesoramiento de un abogado especializado.
Pero
no es ese el objeto de esta entrada, sino la anécdota.
Acudió
a mí un señor, hace ya unos años, felizmente casado pero profundamente
endeudado. Como tanto él como su esposa eran empresarios y tenían intereses
distintos, se regían por el régimen matrimonial de separación de bienes, en el
que cada uno es titular de sus bienes y no tiene que compartir con el otro cónyuge
ni si titularidad ni los frutos que reporten.
El
motivo de acudir a mí no era nada relacionado con su feliz matrimonio sino con la
enorme deuda, de origen empresarial, que asumía personalmente. Tras exponerme
sus cuitas, me contó que aunque pretendía defenderse de las reclamaciones, tenía
ciertas defensas frente a sus acreedores al ser su esposa, en separación de
bienes, titular de determinados derechos. O lo que es lo mismo, que
prácticamente todo su patrimonio estaba a nombre de su esposa o de sociedades
controladas por ella.
Tras
esta exposición, no me quedó más remedio que recomendarle que la hiciera siempre muy feliz
porque prácticamente su vida patrimonial estaba en las manos de su compañera. Lógicamente,
su reacción fue sonreír y decirme que no había ningún problema.
Pasados
unos años de aquella reunión, en los que tratamos de defendernos judicialmente
de sus acreedores de la mejor manera posible, recibí un día su llamada al
móvil. Se le notaba nervioso pero, sin más, fue al grano. La conversación fue
más o menos la siguiente:
Cliente.-
Joaquín, ¿estás sentado?
Yo.-
Sí, estoy trabajando.
Cliente.-
¿Recuerdas cuando me dijiste hace unos años que al poner todo mi patrimonio en
manos de mi mujer tenía que cuidarla mucho porque pasaba a depender de ella?
Pues me ha echado de casa y quiere divorciarse…
MORALEJA.-
Hay que pensar las cosas y hay que asesorarse debidamente, acudiendo a un
abogado especializado. Porque, como decía mi padre, a veces, lo que es bueno
para el corazón, es malo para el estómago.
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