La práctica de enviar
correos electrónicos a quien no los ha solicitado ni consentido es tan antigua
como … el propio correo electrónico. Supongo que, como es gratis, y es un medio
de publicidad importante, no hay empresa que se resista a ello.
A pesar de que la
normativa ha venido prohibiendo tales prácticas y exigiendo en todo caso el
consentimiento del receptor, lo cierto y verdad es que todos los días recibimos
abundantes correos que no hemos solicitado ni recordamos haber facilitado
nuestra dirección al emisor.
¿Qué podemos hacer frente
a eso? La opción más radical es la denuncia ante la Agencia Española de
Protección de Datos. Es muy probable que, si requiriésemos al emisor para que
cesara en su actitud bajo advertencia de denuncia, recibiríamos algunos correos
menos. Y, además, si después planteásemos la denuncia oportuna al insistente,
aún menos.
Pero, sinceramente,
tampoco me parece tan grande la afrenta de recibir un correo como para
propiciar una sanción a una pequeña empresa que, después de todo, no busca más
que vender su producto de la mejor forma posible.
Una opción frente a ello
es bloquear al remitente, pero … ya he descubierto que algunas marcas tienen
diversas direcciones de correo electrónico y van alternando cuando se bloquea
una de ellas.
Hace unos días, hablando
con un cliente, me comentaba que había dejado de recibir llamadas comerciales
intempestivas cuando empezó a ofrecerle a los abnegados trabajadores de las
empresas de comunicación implicados un producto de su empresa.
Y eso me hizo encender la
luz. Al “spammer” (horroroso
anglicismo para designar a ese emisor de correos electrónicos indeseados) hay
que castigarle con su propia medicina. A cada correo electrónico, se le debe
contestar con otro en el que tratemos de venderle algo, de contarle nuestra
vida, o de escribir alguna reflexión que se nos ocurra. Sé que algunos dirán
que de ese modo confirman nuestra dirección electrónica, pero … ¡la saben de
sobra y llevan años enviando esos correos!
De manera que, al ataque.
Mejor dicho, al contraataque. Por cada correo electrónico indeseado, les
remitiremos otro. Y si viene devuelto porque la dirección que utilizan no
admite contestaciones, busquemos alguien de la empresa –a ser posible, el
consejero delegado- a quien contarles nuestras cuitas electrónicas. Así,
probarán de su propia medicina y, quizá, si hay alguna persona al otro lado del
ordenador, reconsideren dar de baja nuestro correo electrónico en su libreta de
direcciones.
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