Continuando con mi “limpieza”
documental, encuentro un artículo titulado como esta entrada publicado por
Alejandro Nieto en la Revista Lex Nova de octubre-diciembre de 2002 (y que puede consultarse AQUI). Me llama
la atención.
Comienza describiendo una
situación que me resulta muy cercana:
“El profesor imparte por la mañana lecciones de ciencia ficción,
relatando como si fueran reales y actuales acontecimientos legendarios
protagonizados por las leyes. Da por existente lo que no es más que un deseo no
siempre pío; afirma que el mundo
funciona en el sentido que declaran las leyes y pone solemnemente en manos de
los alumnos unos códigos de papel que vende como hierro y cemento de las
paredes maestras de la arquitectura social.
Por la tarde, empero, cambia el birrete universitario por la toga
forense y se olvida de las lecciones matutinas para convertirse en un práctico
implacable al servicio del cliente; las leyes dejan de ser instrumentos
sociales para convertirse en herramientas de dominación, en trampas procesales,
en arena arrojadiza sobre los ojos del contrario. El caso pedagógico que por la
mañana ha resuelto ante los estudiantes con criterios de legalidad y justicia,
se desarrolla por la tarde exclusivamente en el sentido que beneficia a su
cliente con independencia de lo que digan la legalidad estricta y la justicia”.
Es lo que denomina la esquizofrenia o personalidad escindida,
que provoca importantes problemas. Uno de ellos es que, según el autor, “los estudiantes salen engañados de la
Universidad”. Pero el más grande es el que describe tan bien que sólo puedo
transcribirlo:
“La doctrina que de la pluma de estos profesores sale oculta, a menudo
bajo el envoltorio de su autoridad magistral, un contrabando sospechosísimo,
tal como ha denunciado con sinceridad una profesora barcelonesa que se ha
atrevido a hacer público un secreto que todos sabían y callaban, a saber, que
la cabeza forense escribe un dictamen por encargo de un cliente cuyo contenido
es deliberadamente parcial como es de rigor. Algo que nadie puede reprocharle. Pero
lo que viene detrás ya no es tan transparente. Porque luego se pide una
ponencia para un congreso y la cara profesional reutiliza el dictamen, que pasa
de matute como si fuera un trabajo científico. Esta ponencia del maestro,
considerada neutral, es citada piadosamente por sus discípulos y colegas y poco
a poco se va convirtiendo en “doctrina dominante” que los tribunales terminan
recogiendo en una “jurisprudencia consolidada” que en realidad es una “jurisprudencia
contaminada”.
Concluye el autor pidiendo a
quienes se enfrentan a esta esquizofrenia “una
severa auto-vigilancia” para evitar quebrantos de la honestidad
científica y a los seguidores y lectores una “crítica despierta”.
Son magníficos consejos que hay
que poner en vigor a diario. Cuando el profesional ejerce su actividad como
abogado, defiende intereses de parte y en consecuencia serán los únicos a tener
en cuenta. Cuando se realiza una actividad académica, hay que ser neutral,
exponer los diversos argumentos a favor y en contra de una determinada posición
y sobre todo, no “hacer supuesto de la
cuestión”, en expresión típica de nuestro Tribunal Supremo. Sólo así se estarán
consiguiendo los indudables beneficios que implica que los Profesores ejerzan
la profesión y que los Abogados enseñen en las Universidades.
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