Una de las
cosas que más sentimientos encontrados provoca en las personas es la necesidad
de rememorar hechos pasados. Cuando se repasan antiguos álbumes de fotos (en
papel, que algunos todavía conservamos), cuando de repente se fija uno en algún
objeto que conservamos y que quizá alguien nos regaló o compramos en un
determinado lugar, cuando volvemos a leer lo que escribimos hace mucho tiempo,
varios sentimientos afloran: quizá la alegría al recordar, quizá la tristeza al
echar de menos a alguien, quizá la simple sensación del transcurrir del tiempo.
En cualquier caso, no nos deja indiferentes.
Lo mismo
ocurre, en el plano jurídico, cuando repasamos vieja documentación
conservada a través de los años y
tratamos de “hacer limpieza” y deshacernos de ella. Hoy me ha ocurrido a mí. Se
trata de una vieja revista en papel de julio-septiembre de 2002, hace nada
menos que una docena de años. Y al repasar las sentencias que eran novedad en
aquel momento, no deja uno de sentir añoranza por el tiempo transcurrido pero
al mismo tiempo, comprobar que siempre estamos igual, que nada cambia y que no
hay nada nuevo bajo el sol.