Aunque probablemente ya no se
enseñe en las aulas de nuestros colegios, es posible que algunos de nuestros
lectores –al menos, los más mayores- saben de la importancia de llamarse de una
determinada forma, como acreditaba una obra de teatro de finales del siglo XIX
del escritor y dramaturgo irlandés Oscar Wilde. En dicha obra, una comedia muy crítica
con las clases sociales superiores de la Inglaterra victoriana, dos jóvenes
casaderas sólo estaban dispuestas a contraer nupcias con alguien que se llamara
Ernesto, aunque bien es verdad que en inglés el juego de palabras entre Ernest
y “earnest” tiene su importancia.